jueves, 8 de septiembre de 2016

137. Discurso y número en la Biblia. 1 El reparto de Canaán y la encrucijada de la UE.

De lo que yo conozco, el Libro de la Guerra de Sun Tzu es el informe técnico que de modo más claro y directo expone la evolución del pensamiento discursivo-relativo, (del relato) a otro lógico-numérico aplicado en un campo específico del conocimiento: la guerra. A lo mejor otro día echo un rato en analizar cómo en Occidente el relato orientalizador ha fagocitado este libro técnico que es El Arte de la Guerra para convertirlo justamente en lo que no es: un libro místico, cabalístico, esotérico, portador de una sabiduría interpretable, una especie de evangelio para el éxito individual. A la espera del día que me decida a hacerlo, hoy echo mano de la Bilbia, que es una extraordinaria compilación de relatos releídos, reeditados y reinterpretados durante siglos para servir a los más distintos propósitos, y esto mucho antes de ser fijados estos textos como libro y cuerpo dogmático de los intereses más circunstanciales (los intereses siempre lo son).

Enmarañados y más o menos ocultos en los textos de la Bilbia encontramos las circunstancias, inercias, resistencias, dificultades y esperanzas que genera en una sociedad que vive en el relato pasar a regirse e intitucionalizarse en el número. El proliferación de cuentas de todo tipo, la importancia de los censos, las repetidas y cansinas relaciones de ciudades, territorios, tribus, familias, genealogías, etc. de la Biblia es el testimonio de este paso de una sociedad del discurso a una sociedad del número. Entre la infinidad de casos y disputas causadas por este cambio de mentalidad, uno de mis preferidos es la reclamación de las tribus de Efraim y Manasés (hijos de José) a Josué en el reparto de las tierras de Canaán. 

(Jos. 17.14-17). Los hijos de José se dirigieron a Josué y le dijeron: "Por qué no me has asignado en heredad más que una suerte, una sola porción, siendo tan numeroso como soy porque Yahvé me ha bendecido? 
Josué respondió:"Si eres un pueblo tan numeroso sube a los bosques y corta para ti el de la montaña de los perizitas y de los refaítas, pues la montaña de Efraín es demasiado estrecha para ti". 
Los hijos de José respondieron: "La montaña no nos basta, y todos los cananeos que habitan en el valle tienen carros de hierro, lo mismo que los de Bet Sean y sus filiales que los de la llanura de Yizreel". 
Josué dijio a la casa de José, a Efraín y Manasés: "Eres un pueblo grande y tienes mucha fuerza; no tendrás solo una parte, sino que tendrás también la montaña; está cubierta por bosques pero tú la talarás y será tuya la región resultante; y expulsarás al cananeo, aunque tiene carros de hierro y es muy fuerte.

(de aquí)
La disputa está clara. La casa de José, dividida en dos tribus, Manasés y Efraín, exigía más territorio debido a su gran número. Frente a un reparto por tribus, fundamentado en los tradicionales derechos hereditarios patriarcales, Manasés y Efraín exigían una división per cápita, más democrática. En su alegato, en cualquier caso, no basaron su derecho en ningún tipo de absoluto humano individual (faltaría más) sino en la bendición de Yahvé. Su derecho no emanaba en realidad del mayor número de sus miembros, sino de la bendición de Yahvé que los había multiplicado, y era en justicia a esta bendición que debían recibir más herencia. La respuesta de Josué no fue menos ingeniosa. Evitó discutir los hechos y, al contrario, se apoyó en los argumentos de la propia reclamación para devolverles la pelota: si el número -como manifestación de la especial bendición de Yahvé- era constitutivo de derecho, también debía serlo de fuerza. Josué no puso otros límites a las ambiciones de los efrainitas que la fuerza de su número; si eran una tribu tan grande y bendita de tal manera por Yahvé, no les costaría colonizar nuevas tierras en las montañas ni expulsar a los enemigos en los valles. Así, su territorio se extendería en correspondencia a su número. En definitiva, los de Manasés y Efraín tenían derecho a agrandar sus territorios tanto como quisieran, pero no a costa de las otras tribus, sino de los enemigos de Yahvé.  

Quedaba pues atendida la solicitud de las dos tribus y, tanto o más importante, sin cuestionar el orden patriarcal en el que los jefes de tribu se reunían de igual a igual, al menos en teoría. Parecen cosas muy antiguas y pasadas, pero hoy la UE se enfrenta a un desafío semejante: al viejo orden soberano -países iguales- se oponen las solicitudes democráticas de los europeos -europeos iguales-. 



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