sábado, 18 de junio de 2016

134. Color y política. El capital político.

La retórica es la ciencia del discurso. Eso se dice. Hay quien considerará que es una exageración, que no ahí hay ciencia posible y que, como mucho, la retórica será un arte. Sin entrar en discusiones escolásticas sobre ciencia y arte, creo que la mayoría aceptamos que la retórica es, al menos, una técnica y como tal puede ser enseñada y aprendida. Pero lo que es más interesante, como técnica, la retórica es mesurable, tasable, es decir, sujeto económico. Mi intención es desentrañar en el registro microeconómico del uso color aquello que aquello que le es propio y característico, su discurso, su biografía política, de lo que funciona de modo común a todos y que constituye el macro, la técnica, la estructura, la retórica política del color.  

En inglés británico y americano el uso del color siguió pautas muy similares desde el siglo XVIII hasta la década de los sesenta del siglo XX. Esa década y la siguiente, Ngram registra el mayor terremoto en el uso de los colores en tres siglos, un terremoto que incluso sacudió la muy estable estartigrafía cromática en inglés americano. No me resulta difícil dar con la causa: el fin de la política de segregación, tal como demuestra el significativo aumento hacia 1970 de expresiones como black people, black man, black comunity, black children, etc.


Y tampoco me cabe duda de que la división racial es hoy la variable principal de la política en los EE.UU. Quizá lo haya sido siempre. 


En el siglo XVIII las frecuencias en el uso de colores en muestran grandes oscilaciones anuales que se reducen de forma exponencial con el tiempo, probablemente por artefacto estadístico de la mayor cantidad de registros de Ngram y nuevos colores como el yellow o el blue se incorporan a la paleta. Este proceso general, en mayor o menor grado, es común en las seis lenguas.

Sin embargo, de forma episódica y particular en los EE.UU. algunos incrementos en la variabilidad parecen asociados a eventos como la Guerra de Secesión de los EEUU o la SGM,que se destacan también como picos de uso de color (1861 y 1944). Esta asociación entre guerras y picos de uso de colores no aparece por ejemplo en el inglés británico, donde quitando el periodo de guerras napoleónicas todo parece ser más paulatino, incluido el aumento de uso del negro a partir de la década de los sesenta del siglo XX, que también sucede, aunque en el caso british este incremento relativo del negro no supone un incremento en el uso de colores en general. Si la parsimonia de los cambios cromáticos en el registro Ngram del inglés británico tiene alguna lectura política, este debe ser la de la estabilidad a toda prueba. Ni las grandes guerras del siglo XX han podido trastocar lo más mínimo el common sense birtánico.

La evolución del uso de los colores en francés sigue una pauta similar a la de UK, solo que la "meseta"  de máximos (coincidente más o menos con la III República Francesa) es más baja y la variabilidad general mayor. Hasta 1830 se constata picos en la década previa a la Revolución (máximo en 1785), tras la revolución con el Consulado (1799-1804) y el Primer Imperio (1804-1815) y de nuevo en 1829 hasta 1834, está vez con el telón de fondo de la Revolución de 1830 y el inicio de reinado de Luis Felipe I. Tras este último pico, el registro cromático de Ngran en francés se serena y ya solo se destaca el bache de la PGM dentro de la meseta de color de la III República, cuando Paris era la ciudad de la Luz y de los pintores. 

El registro Ngran en italiano evidencia un aumento gradual en el uso del  color a lo largo del siglo XVIII y XIX cortado de forma abrupta por las guerras de Unificación de Italia, desde los disturbios de 1846 hasta la anexión definitiva de Roma en 1870. Lo que sigue es un incremento en el uso de los colores hasta más o menos 1930, cuando se alcanza un máximo (no una meseta) coincidiendo con el apogeo del fascismo italiano.A partir de ahí se inicia un descenso (y una mayor dispersión de valores en estos años de guerra) hasta tocar fondo en los llamados años de plomo, en la década de los setenta. La sacudida fue tal que generó un pequeño terremoto en la configuración relativa de colores (la estratigrafia cromática en la gráfica segunda). A partir los años ochenta, sin embargo, el uso de colores volvió a subir, hasta el fin del registto, en 2004.

El registro Ngram en español del uso del color reproduce los mismos máximos del ciclo revolucionario francés de las décadas de 1780 y 1800, marcando este último un máximo absoluto de 1700 a 2004, al igual que en francés. Tras 1808, el uso del color en español parace desacoplarse del francés y se mantiene estable hasta el año 1846, que cae de forma abrupta. Este es el año primero del reinado efectivo de Isabel II, el año en que México perdió todo su territorio al norte de Río Grande y la Alta California a costa de los EEUU, y el año de la derrota de Argentina en Vuelta de Obligado frente a la flota franco-británica. En este bache que más o menos dura hasta final de siglo destaca un mínimo de 1870, año que se proclama la I República española. Los niveles de uso de color de 1845 no se recuperan hasta 1917, y continuan creciendo hasta la SGM, eso sí, con un mínimo local indentado en el ascenso señalando los años de la II República española. A partir de la SGM, el curso general es similar al italiano, con el mínimo en la década de 1980.
El discurso cromático en ruso y alemán difiere sustancialmente del resto de lenguas europeas, lo que en parte es debido a sus particularidades gramáticas, pero también, creo, a su particular historia política. El alemán vivió su momento mas colorisda tras la victoria sobre Francia en 1870 y hasta la PGM. Empezando el siglo XXI la frecuencia de uso de los colores en alemán es similar a la de aquél período, aunque la paleta cromática es hoy mucho más diversa. El ruso usó con máxima fecuencia el color en la década de 1920, tras el triunfo de su Revolución (los comunistas promovieron en 1920 la reforma ortográfica del ruso, que seguramente está alterando los registros y puede que magnificando el incremento del uso del color; en cualquier caso sirvió para converger el ruso con las demás lenguas europeas). El bache de color llegó en la décadas décadas de 1970 y 1980, justo antes del derrumbe de la URSS. Viendo al gráfica es inevitable no sentir que, en 1980, el uso del color parece recuperar la senda y tendencia previa a la Revolución, que al cabo de sesenta años se habría quedado en... nada.



Mi parecer es que, con independencia del discurrir político de cada comunidad lingüística, el incremento en uso del color parece dar una cierta medida del capital político disponible, de la riqueza política. Las revoluciones liberales generan una multiplicación de ese capital, que a menudo es consumido en proyectos concretos. Por ejemplo, según esta interpretación, el proyecto político italiano de unificación nacional del siglo XIX habría consumido las energías políticas de Italia. En este sentido, la unificación habría sido empobrecedora, y quizá eso explica su debilidad estructural a lo largo del siglo XX. Italia habría sido construida sacrificando la resolución de otros muchos problemas políticos y, por lo tanto, desde un punto de vista político fue demasiado costsa, más empobrecedora que enriquecedora, más regresiva que progresiva. Lo mismo cabría decir de las repúblicas españolas, que pese a su voluntad de constituirse como revoluciones progresistas probablemente resultaban demasiado caros para el país, demasiado impositivas (en su sentido original), y por eso fracasaron. En cambio, no puede caber duda del carácter liberal de la Revolución Rusa. Y de ahí también su inegable éxito. Resulta indiscutible que comunismo no solo triunfó en Rusia sino que, a pesar de la dictadura en la que degeneró, dió a la URSS un capital político que la convirtió en superpotencia mundial. Por mucho que millones de personas fueran asesinadas o sometidas, otros muchos millones en todo el mundo se adhirieron de forma voluntaria al proyecto revolucionario comunista, que consideraban liberador.  

No puedo negar mi sorpresa por mis propias conclusiones, pero me gana su capacidad explicativa, econométrica, cinética, explicativa del discurso y el discurrir histórico. Y también me resulta muy atrayente su aparente amoralidad ideológica al juzgar la revoluciones americana y rusa igualmente liberales o regresivas las repúblicas españolas. O la lectura política que se infiere de las variaciones del uso de color en las guerras. Las guerras napoleónicas en Gran Bretaña, la guerra de Secesión o la SGM en los EEUU parecen haber liberado,al menos de un modo breve, una enorme energía política. En cambio, la PGM habría provocado el efecto contrario en Francia, consumiendo su capital político. En cualquier caso los efectos de las guerras exteriores parecen haber sido temporales y reversibles, salvo la SGM. 

Desde la SGM el capital político de occidente disminuyó hasta la crisis general de los años setenta u ochenta. Aparte de su dimensión internacional y cuantitativa (en dos o tres décadas la frencuencia en el uso del color se redujo a niveles del siglo XIX, cien años atrás) este proceso me interesa de forma especial porque coincide con la Pax Américana, ese breve periodo histórico que parece haber calado en la memoria de Occidente como el Camelot perdido, los años dorados, la era de los buenos emperadores, la era de los Antoninos al juicio de Gibbon. El tercio de siglo que siguió a la SGM está siendo convertido en un mito de bienestar perdido, una época en la que los trabajadores de Europa y los EEUU ganaron derechos laborales, en la que las empresas prosperaban en un entorno de estabilidad, en la que la prensa era libre y de calidad, en la que la hacer política era una actividad honrosa y en la que la sociedad confiaba en un futuro de prosperidad general, una esperanza que hoy parece una quimera. Pues bien, si atendemos a al interpretación política del uso del color, esta época fue súmamente empobrecedora y regresiva desde el punto de vista político. 

Mi interpretación es que la Pax Americana consumió el capital político acumulado en Europa y EEUU en un proyecto general de paz y progreso económico políticamente regresivo. Como en el caso de la unificación de Italia o las dos repúblicas españolas, el proyecto de la Pax Americana, con su doble vertiente de equilibrio internacional regido por una férrea política de bloques liderados por EEUU y la URSS y paz interna sostenida por el crecimiento económico y el reparto de beneficios sociales que hoy constituye el Camelot socialdemócrata,se pagó a base de un enorme coste político, que fue el de mantener las tecnologías políticas de principios del siglo XX,. Si la primera mitad del siglo XX liberalizó la democracia parlamentaria mediante la generalización del sufragio universal, es decir, la participación de todos los hombres y mujeres adultos en la democracia parlamentaria a través de los partidos de masas, la segunda mitad del siglo Occidente mantuvo sin cambios este sistema, hoy completamente desfasado. Las sociedades y los sistemas de producción y comunicación del siglo 2016 poco tienen que ver con los de 1945, pero las tecnologías políticas de participación de las democracias occidentales siguen siendo básicamente las mismas que entonces. 

Desde la crisis de los años setenta-ochenta, que dio al traste con el sistema de bloques y el contrato social que regía la Pax Americana, apenas algunas lenguas europeas han recuperado los niveles de uso del color de 1945. Si eso sirve en alguna medida como indicativo de nuestro capital político -y yo creo que sí-, no es de extrañar la presente frustración y disgusto general con el sistema de representación parlamentario de partidos, que si un día sirvió para liberalizar la política hoy es el instrumento de su secuestro e instrumentalización en favor de unas minorías cada vez más contestadas y rechazadas. 




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